Fue en la biografía de Alice Herz-Sommer donde tuve noticias de Franz Kafka por última vez. Entre los recuerdos de su infancia, Alice atesoraba con especial cariño los de aquel hombre que les visitaba con un ramo de flores en la mano. El “eterno niño” al que hace referencia en el libro era un joven dulce y alegre al que le gustaba jugar con los más pequeños. Sabiendo que la mano que escribía las terribles narraciones pertenecía a un hombre que sufría, he querido resguardar bajo el cálido manto de los recuerdos de la pianista la imagen que yo misma guardaba del escritor checo.
Gracias a la gran curiosidad que he sentido siempre, he leído con pasión, además de las lecturas elegidas conscientemente, muchos libros que han caído en mis manos por puro azar. Entre ellos se encuentran los que hacen referencia a escritores tan admirados como queridos: los recuerdos de la criada de V.Woolf (Una habitación ajena), los de C.Albaret, la mujer que cuidó con tanto cariño a M.Proust, (M.Proust) y algunos diarios (los últimos, los de Susan Sontag). Sin embargo, a pesar del interés que han despertado en mí, de ningún modo sobrepasarán la admiración que siento por sus obras; a menudo pienso con qué escritor o escritora de los que admiro compartiría un café, y, la verdad, no sé yo…
Hace unos meses publicaron las cartas de amor que escribió F.Kafka. Conociéndome como me conozco, no me atrevo a afirmar que nunca beberé de las aguas de un libro, pero intento atenerme a dos criterios: por una parte, procuro no acercarme a obras póstumas que el autor no legitimó; por otra parte, considero que no es de mi incumbencia lo que ocurra entre sábanas ajenas.
He dicho bien: “intento”. Entre mis contradicciones cuento con la lectura de las obras de Kafka, de las que disponemos gracias a su amigo y albacea Max Brod, que incumplió los deseos del escritor. Sin embargo, las últimas noticias en torno a las relaciones amorosas de Goya y la publicación de las cartas de amor de Kafka, me han dado qué pensar. Los eternos dilemas del ser humano…
Siendo consciente de mis propias debilidades, ante lo que considero una vulneración de la intimidad, elijo disfrutar o sufrir ante las pinturas negras de Goya. En cuanto a las cartas de amor, sólo guardo una certeza: Kafka no me escribió ninguna carta de amor.
NOTA: Este artículo fue publicado en “Hitzen Uberan” el 18 de marzo de 2019,