El huerto del aita constituyó uno de los territorios más bellos de mi infancia. Organizaba su pequeña geografía con la precisión de un cartógrafo y analizaba los signos del cielo con el instinto del más sabio de los meteorólogos, para cuidar y proteger con diligencia aquella fructífera y agradecida tierra. Nos regaló una pequeña azada para aprender a escardar la tierra, y adornábamos con retales de viejas sábanas los tutores de las tomateras; nunca le supuso una molestia que revoloteáramos a su alrededor.
El libro Bárbaros en el huerto de Luis Garde, publicado por la editorial Balea Zuria, se encuentra entre los mejores libros de poemas que he leído en el año que acaba de finalizar, entre los libros que me hubiera gustado escribir. En los poemas que lo componen, prevalece la idea de la frontera (muro de piedras, de palabras, de viento o agua…), y los bárbaros que se acercan a esa linde (sombras, seres enclavados en las olas del mar…) y su sufrimiento.
La protagonista de la película Border, Tina, vive también en la frontera: trabaja en la aduana, posee dones muy especiales que la diferencian del resto, y siente el bosque como su propio territorio. Pese a que sus cualidades suponen un beneficio para su trabajo, ella las siente como un muro infranqueable; de modo que, para huir de la soledad, vive una relación que nadie nunca debería tolerar. Hasta que se enamora. Ese amor que le permitirá rebasar la barrera frente a los demás le enseñará a ser libre, y, sobre todo, a amarse a sí misma. Su pareja, sin embargo, siente la particularidad que les une como poder frente a la sociedad, como causa de lucha. Ante la angustiosa encrucijada vital en la que se encontrará, Tina elige el verdadero amor, el frágil puente que aúna su bosque con el resto del mundo: la soledad.
Si muchos vascos tuvieron que huir al exilio, a la trágica soledad interior o exterior, buscando la libertad, el sueño de otros muchos que debieron inmigrar a nuestra tierra se basaba en un pequeño huerto en esas tierras sin dueño que nadie labraba. Tal como se recoge en la obra de Garde, pertenecían a esa estirpe que queriendo ver la flor de harina al cerrar los ojos, se encontraban con minas de cal; eran seres que habitaban el territorio del dolor.
Hoy, mi huerto se halla en la soledad de nuestra habitación: las palabras de los libros que me rodean, pájaros que no entienden de fronteras, componen su ventana; las historias labradas a golpe de palabra, el campo que trabajo y se extiende hacia los demás. Joan Margarit lo expresó magistralmente: “Me importa lo que sucede en la noche/estrellada de un verso”; sus palabras, que no entienden de lindes, contienen la vida misma, quizás, como afirma Luis Garde, porque allí donde no existe el miedo no puede haber muros que dividan el cielo.