Todo empezó bien en la sala de cine en la que vimos Joker: la gente dejó de comer y nos envolvió el profundo silencio que consiguiendo hacer olvidar al espectador dónde se encuentra, le sumerge en la historia que proyecta la pantalla. La obra maestra que podemos situar entre las historias más tristes del cine terminó con un conmovedor aplauso general. Sólo en un instante de la proyección escuché una dolorosa carcajada a mi alrededor: cuando Joker deja huir al único compañero que no le maltrata; el muro de la risa.
Es el dolor la frontera que separa el mundo de Joker y su compañero del resto de las personas.
V.Woolf sentía también la enfermedad como una linde que aleja a los enfermos de aquellos que gozan de buena salud. Afirmaba que, desde la enfermedad, la vida se divisa como si se tratara de una costa bella y lejana que observamos desde un barco que navega mar adentro: lejos, muy lejos. Sabemos bien que la enfermedad es un caballo desbocado que cruza ágil y violentamente el frágil cercado de la tristeza.
Virginia se muestra sorprendida de que, siendo la enfermedad inherente al ser humano, se le hayan concedido tan pocas páginas en la literatura, y, revindica no sólo un lenguaje más radical (mucho más sensual y crudo) para referirse a ella, sino una nueva jerarquía de las pasiones para situar a la enfermedad en el lugar que le corresponde. Creo, sin embargo, que se trata de un tema que no goza de demasiado atractivo en nuestra sociedad.
El impresionante libro de Alaine Agirre El lugar donde no se posan los pájaros ha sido escrito en ese lenguaje. A menudo, los escritores se sumergen en sus angustiosas vivencias hasta el punto de tocar el fondo en la profundidad de los mares, allí donde no llega ni un rayo de luz. Y debe andar con tiento porque son numerosos los peligros que le rodean. Las palabras dolorosas pueden tener una fuerza invencible y aniquiladora tanto para el escritor como para el lector. Por ello, porque somos palabra, debemos tener mucho cuidado con el mundo que nombramos; y, en el caso del escritor, porque va a ser el único habitante del mundo que crea durante mucho tiempo, hasta que llegue a su territorio un perdido lector. Sin embargo, no resulta sencillo poner límites a ese mundo creado negro sobre blanco; desearíamos poseer una red acogedora que ponga a salvo tanto al escritor como al lector, pero hace frío a la intemperie, un frío que asola nuestra casa, desde hace tiempo, sin cristales ni postigos en las ventanas.
Esta semana, al entrar en el centro cultural Koldo Mitxelena, en la sala donde se guardan los libros de poesía, la frontera era el hedor de la pobreza. Dos hombres dormían en las butacas de lectura y aquel que cruzaba la puerta se adentraba en el territorio de la tristeza. Hay una realidad más atroz que la enfermedad física: la mental. Joker poseía el refugio de una casa, una madre, y, una imaginación que le permitía soñar con el amor. Los dos hombres negros que habían hallado refugio en la sala de poesía vivían una realidad más aterradora: la intemperie de las personas sin hogar. Fueron el frío y la necesidad de hacer frente a la soledad que les acecha día tras día lo que les condujo a la habitación de los poemas, al lugar más solitario de la biblioteca. Desearía que los libros que desbordan los anaqueles de esa sala y que conocen tan bien la soledad poblaran los sueños de los dos hombres de palabras compasivas. El infierno espera tras la puerta.