Cuando nos adentramos en la obra de un escritor, diferenciamos dos mundos, que a menudo se nos muestran imbricados, entrelazados: por una parte, la mirada del escritor, su sensibilidad para percibir los matices del mundo y de la vida, lo que tradicionalmente se ha denominado su “visión del mundo”; por otro lado, su capacidad para expresar del modo más adecuado posible lo percibido. Cuando ambos mundos se entrelazan como si se tratara de la urdimbre que atraviesa la trama, se conforma el tejido, la obra de arte que denominamos literatura.
A menudo he elegido obras por una mirada que amo, a pesar de ser consciente de que no poseían tanta calidad literaria. Sin embargo, entre mis lecturas abundan obras elegidas por un estilo que aprecio y admiro, y, en los cuales el argumento pasa a un plano secundario. En muchos de los libros de Lobo Antunes, la historia narrada se podría reducir a unas pocas líneas, pero es el estilo el que me embruja y hace que, al terminar una obra, sienta la lástima y el entusiasmo que me lleva a releerla, como el niño que pide que le cuenten una y otra vez la misma historia.
En mi memoria, Eduardo Zuñiga, nacido hace cien años en Madrid, aparece unido a dos paisajes: el de la guerra civil y las tierras gélidas del este; el ensayo Desde los bosques nevados es un homenaje a sus amados escritores rusos.
Yo misma siento una especial atracción hacia los escritores de la Europa del Este y Rusia. Quizás, porque subrayan la parte sombría de la vida; quizás, porque las vivencias de sus tierras heladas guardan estrecha relación con mis más íntimos paisajes. Por eso, admiro, por ejemplo, la obra de Herta Müller. Estoy segura de que ambas intentamos contemplar el frío territorio desde el interior, a través de una ventana que nos cobije; como afirma Schopenhauer, desde el único “cálido refugio que poseemos en la mitad de la helada noche del mundo”; desde nuestro interior más profundo y protector. No obstante, a menudo, resulta un objetivo difícil de conseguir, y, nos quedamos ateridos, heridos en la intemperie.
Estos días me hallo sumergida en la obra de Onetti y creo haber conocido otro habitante de esta región sombría. Los días luminosos de este invierno pasado, salía buscando algún rayo de sol, sintiendo una certeza: viviré durante mucho tiempo al lado del uruguayo que amaba la casa tanto como yo, al lado del hombre que entrelazaba con maestría esos dos mundos en el gran tapiz de la literatura.
NOTA: Este artículo fue publicado en “Hitzen Uberan” el 19 de mayo del 2019.